Cualquier museo, independientemente de la naturaleza de su contenido (artes plásticas, antropología, historia, ciencia, belenes, miniaturas…) cuenta con los medios audiovisuales como un elemento fundamental de lo que se viene a llamar discurso museístico. Se trata de un valioso complemento de los materiales que se exhiben y conservan, que son los que hasta hace poco transmitían valor al propio museo.
Digo hasta hace poco, porque de un tiempo a esta parte, algunos museos fundamentan gran parte de su interés en la calidad de los elementos audiovisuales que integran (proyecciones didácticas, ambientales, testimoniales, espectaculares). Incluso los cortometrajes, documentales y piezas de vídeo-arte se han convertido en la razón de ser de más de una exposición.
Por ejemplo, esta misma tarde he visitado el Museo Paleontológico de Elche (MUPE) un museo modesto -por su tamaño- en el que inevitablemente el público familiar y los niños son los visitantes más receptivos, al mostrar reproducciones de esqueletos de dinosaurios (además de fósiles, minerales, etc.). El recorrido empieza con un vídeo y termina con una proyección en 3D algo decepcionante.
Y precisamente estos días de verano, la Tate Modern de Londres presenta “The gallery of lost art”, la galería del arte perdido, una exposición virtual que se puede contemplar en internet. En este caso, los medios audiovisuales, en forma de imágenes digitalizadas, fotografías o vídeos, se convierten no sólo en los contenedores que reproducen las obras, sino en su única posibilidad de permanencia en la memoria.
Como el propio nombre de la exposición indica, se trata de una recopilación de obras de arte que ya no existen (o no se sabe dónde están) porque han sido destruídas, quedaron incompletas, fueron robadas o realizadas con materiales perecederos. Además de fotografías, la exposición se nutre de vídeos testimoniales y documentales, muchos de ellos enlazados desde Youtube, como este trailer sobre un documental en torno al artista Jean Tinguely:
En otro sentido, pero también con la red de protagonista, se encuentra la experiencia visual que propone el Google Art Project, que permite descubrir al detalle decenas de obras de arte, además de componer una colección virtual privada.
También en diferente orden de cosas habría que situar las performance que cuentan con lo audiovisual como esencia de sí mismas, o el vídeo arte, o experiencias como las que últimamente están llevando al cine de autor más irreductible a las salas de los museos. En todos estos casos, la propia producción audiovisual es la materia expositiva del museo.
Un complemento importante de la oferta audiovisual de un museo o centro de interpretación son las videoguías, evolución de las tradicionales audioguías o las guías en soporte papel. Las videoguías son posibles gracias a la portabilidad de los dispositivos de reproducción de imagen con los que hoy contamos (smartphones, tabletas).
Un paso más allá lo dan las aplicaciones de realidad aumentada (combinación del mundo real con el mundo virtual), que abren un nuevo campo a la exhibición en los museos. Volvemos a Londres, con un vídeo sobre la aplicación de realidad virtual creada hace un par de años para mostrar en la propia calle la colección de fotografías históricas del Museo de Londres.
Como veíamos al principio, los museos o centros de interpretación más modestos alcanzan a presentar un vídeo documental genérico con información sobre su colección, que se proyecta en una sala. Los que pueden ir más allá completan la exhibición con documentales temáticos, más concretos o dirigidos a diferentes sectores del público (niños, estudiantes de enseñanzas medias, personas sordas -con vídeos adaptados a LSE-, especialistas).
En cualquier caso, en mayor o menor medida en función de las posibilidades de cada museo, los medios audiovisuales forman ya parte de una de las razones de ser de los mismos: la difusión y puesta en valor del patrimonio artístico y cultural.
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